Cinco kilos de mierda

SEXTA Y ÚLTIMA PARTE

 

La primavera te hace ver la vida de otra forma, más liviana, más poética, más colorida; hasta hice el amor con mi mujer bien hecho; pero cuando llega la noche, mi noche, esa forma lúcida, florida y festiva se transforma en el más truculento relato gótico, sin duda bendecido por el más oscuro Poe.

La soledad tiene múltiples formas de manifestarse; puedes estar acompañado de una multitud y sentirte aislado y vacío, ese era mi sino, el que labré con ahínco.

El entramado funcionaba como un reloj suizo, o eso me parecía a mí, la mercancía fluía y yo ganaba un buen dinerito en cada transporte, que ya no se limitaba a Madrid.

La violencia tenía otro significado, sentía que la agresividad incontrolada que surgía espontanea era buena, me hacía fuerte, le daba rienda suelta a esos momentos placenteros para estrujarlos sin contemplaciones, para sentir el éxtasis de esos instantes de poder comparables a su opuesto benigno en intensidad y magnitud; como cualquiera que comienza a experimentar este hedonismo diabólico, no sabía el alcance de mis debilidades.

En la calle todo se sabe o se supone, el taxi había cogido fama en el barrio y la gente del gremio y los maleantes conocidos me respetaban y temían, supongo que más que por mí, por los dos elementos que me guardaban las espaldas y que se habían convertido en algo más que colegas. Las personas se alejan de lo que no les conviene y yo empezaba a notar ese aislamiento.

Limpiaba mi conciencia librando al barrio de los pequeños mangantes que enturbiaban el buen ambiente, me consideraba un justiciero cuando perseguía y apaleaba a un tironero o cuando le guanteaba la cara a los macarrillas que entraban a robar en el colmado que llevaba cincuenta años intentando sobrevivir a base de vender unos kilos de frutas y unos litros de leche; una vez hasta una patrulla de los municipales me felicitó el día que enganché al yonqui quequiso robarle al de los cupones la recaudación; ya sabéis hay que defender a los tuyos; por la mañana héroe, por la noche villano, las dos caras de la moneda, enfrentadas, invisibles la una para la otra, las mismas partes de un todo en una inmanencia que se desmoronaba desde dentro como un termitero seco y sin vida. Pero que os voy a contar que no sepáis vosotros.

Todo tiene su principio y su final, la cuestión es saber percibir cuando llega ese final para moldearlo y que se convierta en una inflexión, en un continuará; no supe verlo; seguía en mi espejismo de gloria y dinero, el desenlace de la aventura fue como un torrente fétido.

Hacía un par de semanas que las cosas estaban tensas y esa noche supe porqué:

-        Baja del taxi y ven que tenemos que hablar.

-        ¿Qué pasa?

-        ¡Qué bajes coño!, porque cojones te tengo que repetir las cosas.

No estaba para bromas, tenía un cabreo monumental, yo sabía con quién me jugaba los cuartos, así que las órdenes del veterano picoleto eran cumplidas con marcialidad – el que ha hecho la mili sabe de lo que hablo-. 

Me montaron en el vehículo camuflado y me llevaron a un descampado, ahí comenzó un episodio de mi vida que jamás olvidaré.

-        Ponte contra el puto coche y separa las piernas.

-        Otra vez esta gilipollez, parece mentira que desconfiéis de mi todavía.

-     En este negocio no hay amigos taxista. Todo el mundo quiere sacar tajada y cuanto más gorda mejor, es una carrera de obstáculos a toda velocidad, es como los futbolistas, o llegas a Primera pronto y ganas mucho, o acabas vendiendo balones y botas en una tienda de mala muerte.

-        Si me dices que pasa, te podré dar explicaciones.

-    Me caes bien taxista, siempre me has caído bien, pero el caso del mendigo muerto en el parque no lo han archivado los maderos, así que por eso y por la malaleche que gasta nuestro amigo común me vas a decir la verdad.

Estaba muerto de miedo, creía que mis días acababan en ese erial de escombros y malas vibraciones.

-        ¡Suéltame joder!

Pensé que actuando de forma contundente se comportarían de otra manera conmigo, más condescendiente y comprensiva. La reacción fue la opuesta, el novato me golpeó en la boca del estómago y mis pulmones se quedaron vacíos unos segundos eternos.

-       Tranquilo, no pasa nada, respira despacio, esto no es nada, calma, calma; levanta, abre los brazos y coge aire, se te pasará en seguida.

El asunto tomaba un cariz  alarmante y lo jodido es que no sabía que ocurría ni porqué.

 

-        Vale, vale, vamos a calmarnos todos; ve y fúmate un cigarro que el taxista y yo tenemos que charlar un ratito de colega a colega.

El novato no abría la boca, todo era dirigido y controlado por su viejo compañero, como en una actuación predefinida, como si la escena fuese una rememoración de actos rutinarios en el que cada uno cumplía su trabajo y su roll de forma impecable; cuando no soltaba ni un sonido es que el cabrón se preparaba para la violencia más letal, eso era lo peligroso, no me atrevía ni a mirarlo a los ojos; se fue tras el coche a fumar, el veterano me rodeó con su brazo y comenzó a hablarme de forma dulce y pausada, no sé que era peor, si la violencia gratuita del joven o la falsa protección que precedía lo inesperado del curtido agente, de una u otra forma el corazón no dejaba de latir a la velocidad con la que lo hace el de una liebre perseguida por los galgos.

-        Vamos a dejarnos de tonterías y de preliminares de manual de interrogatorio; tú no te lo mereces, has trabajado bien y nunca has pedido más de lo que se te dio; además se puede confiar en ti, se lo dije a este cuando después de lo de Calatayud me dijo que te cagarías por las patas a bajo; le dije: ‘No, a este le gusta esto, no has visto su cara cuando derrocha violencia, lo disfruta, no ha nació para ser un borrego, el taxi es un pasatiempo, un instrumento’ y míralo, no me equivoqué, eres el chulito del barrio, no haces ostentación como otros tontos, cumples y tu boca hecha la cremallera cuando toca; como los tres monos chinos joder, esa es la filosofía de los listos y tú lo eres. Por eso cuando el viejo me ha dicho: “el taxista nos tanga material”, he jurado por mis muertos que eso no podía ser verdad; pero hay que aclararlo, nunca puedes poner la mano en el fuego por nadie y eso que he jurado por ti; ¿lo entiendes verdad?

La locución paró en seco, me miró, yo moví la cabeza asintiendo, no sabía ni qué me había preguntado, estaba tragando saliva e intentando digerir que ocurría, sólo especulaba con la posibilidad de salir de allí como fuese y uno de los métodos era dándoles la razón. Me tenía sentado en una piedra, con su mano en el hombro, parecía el reo condenado a la pena máxima al que el cura le ofrece las últimas palabras de consuelo, estaba blanco, la sangre no me llegaba a la cabeza, la boca estaba seca como el ojo un tuerto, todo me daba vueltas esperando lo peor, no podía articular palabra y eso empeoró el asunto. El novato tiró el pitillo, miró al cielo estrellado y soltó la última calada de humo de forma lánguida, su perfil semejaba el de un lobo en la cima del risco aullando para recibir a la muerte nocturna, la paciencia no era su fuerte, sacó el vetusto revolver que tantos trabajos sucios le había finiquitado, vino hacia mí y me lo puso en la coronilla.

-        Espera coño, pero que vas a hacer, que estáis haciendo, no sé de qué cojones va esto, os juro por Dios que no he tocado nunca ni un paquete. -Les dije sollozando-

-        Lo ves es un mierda, acabemos de una vez; tíos como este que hagan su trabajo hay a patadas. Si hay dudas hemos de borrarlas, no podemos permitirnos el lujo de trabajar bajo sospecha.

-        Para, para; espera un momento. ¿Qué hombre no se raja con una pipa en la cabeza? Hemos visto a los más duros mearse encima, él todavía tiene los pantalones limpios y el esfínter controlado. Creo que aquí hay gato encerrado, ya sabes que mi olfato no me falla.

-        Tu olfato, tu olfato, siempre tu jodía nariz; ¿a ver si te va a fallar la perspicacia y la cagamos con todo el equipo?

-        Mira taxista, te seré sincero; al personaje lo están acribillando, ya sabes cómo es la política, se ha pasado metiendo la mano, le queda poco para que caiga, sin su protección somos vulnerables y el viejo está buscando otros contactos, si no resulta, cada uno por su lado, ya sabes sálvese quien pueda; esto no es un barco ni yo soy el capitán, nadie se va a quedar el último mientras la nave se hunde; cuando la cosa se tuerce las primeras en aparecer son las ratas y hay una rata avariciosa que quiere dejarnos compuestos y sin novio; tú ya me entiendes. El último en llegar al entramado fuiste tú y el que hace los encargos más importantes también, así que todo apunta a que estás descargando de peso los paquetes en cada viajito. Y ahora, sólo te lo preguntaré una vez, ¿dónde está la mercancía que falta?

Me cubrí con las manos la cara y comencé a mover la cabeza de un lado al otro, no podía creerme lo que pasaba, parecía un mal sueño, pero era la puñetera realidad, esa que me había buscado yo solito, sin ayuda, en plan John Wayne, y ni yo era el duro de las películas, ni esto era la ficción. No había ninguna posibilidad de salir de esa situación que no fuese actuando como un hombre, despreciando a la muerte en su cara, si la verdad estaba de mi parte esa era el arma que destrozaría todo su poder, todos sus argumentos, así que elevé la mirada, me puse en pié y encaré al novato con el rostro de quien ha combatido y ha vencido, como hay que hacerlo con un depredador que te acecha, demostrando que los pensamientos son fuertes y sinceros, que no hay mentira ni miedo en mi mente ni mi corazón; no tenía nada que perder, así que comencé a atar cabos y a dar mi versión del embrollo, tenía el gastado revolver entre los ojos mientras le dije:

-        Habéis barajado otras opciones, cómo que me entreguen a mí la mercancía esquilmada; ¿ya no te acuerdas de que la puta se ponía hasta las trancas en cada viaje antes de trabajarse al personaje? Para el próximo envío me compraré un peso y le haré firmar al pijo un vale de entrega como si fuese una empresa de transportes.

Dicho esto, quitar el arma de la cara y comenzar a reír los dos juntos fue uno.

-        Pues si no eres tú, será el otro, de esta noche no pasa que lo dejemos listo. – Dijo el veterano-

El olor a basura del descampado se hizo más potente en el instante que nos marchábamos, como si mis sentidos se hubiesen avivado con el susto, algo había transformado mi carácter, la experiencia me cambió por completo, mi forma de ver la vida y la muerte era totalmente distinta, más clara, más serena, sin ansia, ahora estaba seguro de que el destino estaba escrito y que el día en que la calavera con la guadaña viniese a segar mi alma nada de este mundo ni del otro podría evitarlo, así que cuando llegara ese instante, lo disfrutaría como cualquier otro. La mortificación gratuita del alma no tenía sentido, al igual que no lo tenía plantearse cualquier futuro, ya fuese propicio o desventurado.

Me dejaron junto al taxi y me enviaron a la parada de Ríos Rosas, habían organizado todo para que esa noche fuese diferente.

La luna pasaba lenta, en realidad todo a mí alrededor se había ralentizado, la retina gravaba la vida como en una película muda de gestos exagerados y escenas tardías. El pijo no se hizo esperar, apareció como siempre, a la última moda, aunque desdibujado por la caja de cartón que portaban sus flacuchos brazos con dificultad, se subió al taxi y me indicó la dirección que yo ya conocía a la perfección.

-         ¿Hoy vienes tú, no llevo yo el paquete?

-        ¿Sabes que le pasó al gato por curioso?

Sabía las respuestas, no quise entrar en averiguaciones absurdas, cuestione la situación tan sólo para aparentar ignorancia.

Al llegar, la pareja de los civiles nos estaban esperando, el novato cogió el bulto y lo subió a casa del viejo, el veterano dejó claro que no quería que el pijo fuese a ninguna parte.

-        No te muevas de ahí; tenemos que dar un paseíto y hablar de unos asuntos que no cuadran.

Los veinte minutos que esperamos a que bajara el novato fue un cúmulo de silencios atronadores, miradas suspicaces y recelos contrapuestos, nadie quería desvelar su próximo movimiento ni dar pié a especulaciones, los tres permanecimos ajenos, con esa cara de póker que acompaña a estas circunstancias; el veterano fumando su pitillo como si fuese Humphrey Bogart, el pijo recostado en el asiento de atrás como si la cosa no fuese con él y yo observando el perímetro y los espejos retrovisores como si aguardara la llegada de un cliente.

-        ¡Listo!; hay que hacer un encarguito en Valdedominguez.

El novato entró en el taxi, empujó al pijo al rincón del asiento trasero y marcó la siguiente parada.

-        ¿Pero ahí está la Cañada Real? – Dijo el pijo.-

-        ¿Qué pasa le asusta al príncipe salir de su castillo?, un poco de aventura no le viene mal a nadie.

La réplica del veterano le recordaba que era un mandado y que haría lo que se le dijese sin rechistar, aunque eso supusiese salir de su ambiente elitista. Las miradas entre los compañeros eran tan reveladoras para mí como que mi futuro seguiría corriendo algún tiempo más al ritmo de las agujas del reloj.

-        ¿Y a qué vamos al poblado chabolista si puede saberse?

No pude resistir la tentación, la venganza era servida en bandeja de plata y no iba a desperdiciar tan preciado momento, tan satisfactorio placer. Donde las dan, las toman.

-         ¿Quieres que te diga ahora que le pasó al gato por curioso?

-        Vete a tomar por el culo taxista; tú eres el transportista, así que cállate la boca por la cuenta que te trae.

Su enfado avivó con más brío mi deleite y comencé a reírme de forma sorda pero contundente, los picoletos no sabían de qué iba el tema pero se asociaron conmigo; ver al pijo humillado y cabreado les gustaba, eran tan diferentes que maltratarlo de palabra u obra se convertía en un trabajo gratificante, realizado con beneplácito.

-        Cálmate quédate tranquilo y relajado.

El novato le advertía colocando su brazo en el pecho de forma que el malcriado supiese quien ejercía el control y el poder en ese momento.

El viejo agente estuvo todo el trayecto hablando de trivialidades, de fútbol, de mujeres, tanto las decentes como las otras, del tiempo o de política; hasta contó alguna aventura de su periodo en la dictadura “en aquella época todo el mundo sabía a qué atenerse” dijo, nada de lo que sus labios lanzaron a los cuatro vientos como el aspersor que riega sin sentido hizo que mi atención se desviase ni un ápice del lugar y los acontecimientos.

Al entrar al poblado chabolista fue indicándome el itinerario que nos condujo a una casa que parecía un chalet fortificado, bajamos del vehículo, el novato comenzó a aporrear la puerta, poco le importaba el lugar y la hora, una trampilla que tan sólo dejaba ver los ojos se abrió y entonces comenzaron las negociaciones.

-        Lechoso abre la puerta.

-        Una mierda. ¿Traes una orden del Juez? – Dijo el que estaba al otro lado con voz desquiciada y jocosa.

-        Abre la puerta por tus muertos o mañana te monto un espectáculo que ni en Hollywood.

-        Quita de ahí. – Dijo otra voz del interior-

La cara de la trampilla cambió de la de un joven blancuzco a la del rostro agrietado y oscurecido por el tiempo y la raza de un viejo gitano.

-        Chacho, na más que me traes marrones.

-        Abre la puerta de una puta vez primo, no me tengas aquí plantado como un pinchavenas; bastante bien cuidao que te tengo que nadie te toca un pelo.

Tras la puerta comenzaron las operaciones para desbloquear la entrada, los cerrojos sonaban uno tras otro como si fuésemos a entrar en una fortaleza; por fin el blindaje dejó libre el paso y la vista, en lo primero que me fijé fue en el Lechoso, un gitano albino, era como ver un tigre blanco, una rareza de la naturaleza, una broma de mal gusto con la que Dios o el Diablo había castigado a ese pobre para toda su vida; era como un gorila blanco o como un cisne negro algo fuera de lugar que no se sabía si inspiraba lástima o rechazo. Todos los hombres de la familia al completo salieron a recibirnos, no tuve ningún problema, me moví tras los civiles como si estuviese en un dejá vu.

-        ¿Y qué te trae por mi casa “primo”?

-        ¡Coño!, menos mal que ya empezamos a entendernos. Siempre que vengo sales ganando, así que trátame bien, sácate un ‘whiskito’ de ese bueno que tantas veces hemos compartido, y ahora te cuento.

Entramos en una habitación pequeña, que tenía una barra de bar hecha de ladrillos sin terminar, comenzamos a beber como si fuese una reunión familiar, el patriarca ya sabía de qué negocio se trataba, lo había hecho otras veces, yo lo descubrí más tarde.

-        Ahora que ya estamos contentos, vamos al grano.

El novato soltó el vaso, conocía su papel y lo representaba como un actor de método, implicándose de forma ciega y competente, se colocó tras el pijo y esperó a que su compañero soltara la pregunta del millón.

-        ¿Dónde está la mercancía que nos estás birlando?

La respuesta parecía sacada del saco de la redundancia, daba igual, no importaban las palabras ni su contenido, tan sólo su rostro culpable, su frente sudorosa, sus manos nerviosas y entrelazadas y su mirada esquiva.

-        Lechoso, saca el ‘matarratas’. – Dijo el viejo patriarca gitano-

El novato rodeó con su brazo el cuello del pijo y lo inmovilizó, el gitano albino le hizo una señal a uno de los que contemplaban la escena que trajo de inmediato una jeringuilla medio oxidada y llena de roña, si no se moría por el combinado venenoso de su interior, lo haría por lo que le transmitiría el pinchazo.

-        Agárrale el brazo. – Me dijo el veterano-

El pijo suplicaba perdón al mismo tiempo que negaba la realidad, el novato ya se había encargado de verificar que la carga estaba menguada cuando se la entregó al viejo gay, de nada le sirvieron sus pataleos y esos gritos de niña chillona, la sentencia estaba dictada hacía tiempo porque las pruebas eran irrefutables; un par de gitanos se unieron a la fiesta para evitar la resistencia y ante el temor de que se partiese la aguja, el más gordo de los dos le soltó un puñetazo que lo dejó sin sentido, eso, o el estrangulamiento, una de las dos.

-        ¡Joder!; hay que ser más fino, ahora tendrá marcas cuando le hagan la autopsia.

Tras la dictamen pericial, el veterano acabó de inyectarle la dosis, no tardó en que los ojos se volviesen blancos como si su mirada estuviese viendo las puertas del infierno y en que su boca espumara como un animal rabioso mientras sus extremidades sufría pequeñas convulsiones, todos mirábamos como si fuésemos becarios de la facultad de medicina viendo como se hacía una cura o un experimento, tan fríos como el hielo, tan habituados como un médico ante una enfermedad.

-        Listo, negocio concluido, págale lo suyo a mi primo.

El novato sacó un sobre lleno de billetes y se lo dio al patriarca gitano que sonrió con agradable satisfacción mientras los contaba.

-        Llevaros al payo y dejarlo debajo del puente donde se chutan los colgaos el buco.

Nos despedimos como si acabásemos de hacernos unas cervezas y unas tapas, cogimos el taxi y regresamos al barrio, la conversación derivó nuevamente a temas insulsos y faltos de contenido, a los que me uní con frialdad, ahora que lo pienso, me da pavor el grado de perversión que había que alcanzar para pasar de la crueldad más irracional a la normalidad más fútil.

-Supongo que ahora me ayuda, en cierto modo esas experiencias me han servido para algo, ‘no hay mal que por bien no venga’-

Tras el escarmiento, la cosa no mejoró, como dijo el veterano el barco se estaba hundiendo, estuve cinco días sin hacer ni un recado, ni siquiera un paquetito para una fiesta de lujo, no apareció nadie por la parada ni me llegó ningún aviso; estaba desconcertado, mi contacto la mayoría de la veces era el difunto – Descanse En Paz- y nadie se había presentado para dar explicaciones o advertirme de un cambio de planes.

Tuve que comenzar a activar los viajes regulares de gente corriente, el tiempo pasaba y el dinero que tenía guardado no iba a durar mucho; en uno de estos transportes matutinos, uno de los pasajeros me puso al día de las noticias, hacía mucho que no leía la prensa o veía la televisión, así que eso me llegó como jarro de agua fría.

-        ¿A dónde vamos a llegar con esta manada de corruptos? El director de la Guardia Civil robando dinero público, no me lo puedo creer,… y para colmo, está huido en paradero desconocido, valiente sinvergüenza.

Se acabó lo que se daba, el chollo parecía haber finalizado, me recorría las calles habituales a todas horas y nadie daba señales de vida, entré en una involución personal, me veía como el que era antes, un personaje corriente que no busca problemas.

Un mes era mucho tiempo, ya había perdido casi toda esperanza de seguir con el tema, no creía que esos episodios temerarios fuesen a repetirse, hasta que una de las noches que dejé a un cliente en el barrio de Tetuán, un golpe metálico en el cristal del taxi avivó mis recuerdos con la frescura que lo hace el rocío en una mañana de verano, era tan familiar e inconfundible que mis sospechas se revelaron de inmediato de forma gratificante; nunca me hubiese imaginado que me daría alegría ver al viejo gay.

-        ¿Está libre?

-        Para ti siempre compañero.

Se quedó desconcertado con la respuesta pero en cuanto giré la cara, me vio y me reconoció enseguida.

-        Hombre, taxista; ¿dónde te has metido?

-        Eso mismo digo yo, parece que ya no quieren nada de mí.

-        La cosa ha estado muy parada, pero dentro de un par de días tengo un asunto que tal vez te interese.

-        Tú dirás.

-        Ve el Domingo a las siete de la mañana a la esquina de Bravo Murillo con  Marqués de Viana; no te lo aseguro, pero si sale bien, volveremos a movernos con soltura y tú te pillarás un piquito de dinero curioso.

Lo llevé donde me dijo, gratis claro, no le iba a cobrar al tío que me colocaría de nuevo en el negocio y tal vez con más nivel que antes, estaba deseoso que llegara el día y como es natural, llegó.

-        Así me gusta puntual.

-        Buenos días.

-        Este viaje será largo, aquí está la dirección, es un restaurante, Asador Oporriño, te sientas a comer y le pides al camarero que el cocinero te haga la langosta plancha especial, si te contesta que es el plato más caro que tienen, todo estará correcto para la entrega, sigue sus instrucciones en todo, también en el itinerario de vuelta, esto muy importante. ¿Algún problema?

-        Sin problemas jefe.

-        Taxista.

-        Si.

-        Confío en ti, si esto sale bien, ocuparás la vacante que quedó desierta en la calle Ríos Rosas.

-        ¿Cómo contacto contigo cuando vuelva?

-        Llama al número que tienes en el papel y me dices: “Me he puesto las botas en Galicia” si la cosa ha ido bien o “El marisco me sentó mal” si el trato no se cerró.

-        Entendido, soy tú hombre; nos vemos el lunes.

Me frotaba las manos pensando que ocuparía el lugar del pijo, me veía en un lujoso apartamento del centro moviendo mercancía y haciendo crecer el negocio.

El viaje de ida fue un sueño largo y complaciente en el que las fiestas de la alta sociedad, los trajes caros, el buen vino y el jamón de pata negra no faltaban. Estaba tan entusiasmado que vivía la fantasía con tal intensidad que me sentía excitadamente dichoso, y ya se sabe, la felicidad tiene un oído duro así que todas las señales que me mostró el destino avisando fueron ignoradas.

Me costó encontrar el dichoso restaurante, en Galicia todo son caminos laberínticos que te trasladan a un mundo prístino de leyendas y recelos arcaicos, y preguntar aquí sirve de poco, la información es tan confusa como el estado del que cuestiona.

Todo fue como la seda, parecían auténticos profesionales, como si hubiesen hecho esto un millón de veces; tras la copiosa comida, que me salió gratis, vino uno de los lugareños y me dijo con un cerrado acento gallego:

-        El paquete con los cinco kilos de queso de tetilla ya está en el maletero del vehículo.

-        Y la cuenta.

-        Todo se liquidará de la forma habitual, aquí tiene el mapa con el itinerario de vuelta para que no se pierda.

-        Bien, pues…..muchas gracias por todo, ha sido un placer hacer negocios con ustedes.

Al tipo no le gustó que le dijera eso, no sé que tenía de malo, pero no le hizo gracia ninguna y se fue refunfuñando en gallego, cogí el mapa y salí pitando de allí; la ruta estaba marcada y era clara, coger la nacional 120 hasta Orense, allí la 525 hasta Benavente y por fin la autopista hasta la capital; no entendía porque tenía que ir por esa ruta de montaña tan lenta y fastidiosa, pero en ese momento, crédulo de mí, pensé que era por motivos de seguridad.

Cuando salía con el taxi del recinto vallado estaban cargando una furgoneta hasta los topes, esta gente eran grandes suministradores me sentí satisfecho por hacer negocios con ellos.

Todo era perfecto, todo iba según lo previsto, mi satisfacción seguía al alza, hasta que en Camarzana del tera –nunca se me olvidará el nombre- y justo frente al bar Madrid, para mayor recochineo, me encontré con un control de la Guardia Civil, entonces todas las fantasías se esfumaron como si el ventilador de la verdad más cruda se hubiese puesto en funcionamiento, los pensamientos cambiaron, ya nada era color de rosa, al contrario, todo era gris, más bien negro, las dudas se refugiaron en mi cabeza y comenzaron a encontrarse a gusto; ¿qué hacía un taxi de Madrid de madrugada en este pueblo, Camarzana del Tera, Zamora, mil y pico habitantes?; me di cuenta de todo, ignorante, imprudente y simple, no había marcha atrás, la carretera cruza el pueblo y no había escapatoria, reduje la marcha para ver si podía dar la vuelta pero al entrar en el pueblo otra patrulla de los picoletos salió de la nada y me cortó el paso, me sentí el tío más tonto del mundo.

Estaba tan derrotado, tan nervioso y hundido que lo único que recuerdo del registro y del arresto fue la frase que le dijo el sargento a uno de los guardias:

-        Aquí están los Cinco Kilos de Mierda que nos dijeron los del chivatazo.

-        ¿Es de buena calidad mi sargento?

-        Es basura, matarratas callejero, heroína al diez por ciento.

Eso es todo por hoy compañeros, está sonando el timbre, se acabó la hora de patio y tenemos que volver a las celdas.

-        Me gustan tus historias taxista, aunque algunas palabras no las entiendo.

-        Cuando no comprendas algo me lo preguntas, para que están los colegas, para entenderse.

El Manco es buen tío, un carterista sin estudios con la calle como única escuela, nunca le hizo daño a nadie excepto en sus egos y sus bolsos, los demás, como yo, engañados de la vida, peones de los grandes malhechores o débiles que han buscado la facilidad donde estaba la dificultad, alcanzar rápidamente los logros que algunos consiguen en múltiples vidas; cada cual tiene lo que se merece, solo el que lo ve es leal consigo mismo. Por lo menos me escuchan, me siento importante en este recinto en el que el tiempo está detenido para castigar con su lenta agonía a los que se han maltratado a sí mismos y a otros, alguien dentro de la nada, y todo, por Cinco Kilos de Mierda……….

 

 

 

Juan Fco. Cañada